
Siempre he pensado mucho en dos conceptos dentro del rock que gozaron de una importancia capital en los tiempos en que aprendí a amarlo:
1. Cómo empezar un disco; y
2. Los singles
Si hay algo de lo que puede presumir “Out of time” de R.E.M., es de tener ambas cosas cubiertas de forma soberbia, magnánima.
Siempre me gustó mucho “Radio Song”, incluida la parte rap con ese “feat. FRS-One”. Lo tiene todo para empezar: un arpegio mítico, una línea vocal épica, un desarrollo funk pop fluido, perspicaz, con un puente donde empiezan a surgir los fraseos del rapero, desembocando en el estribillo que antes fue la intro. Violines, suenan violines, en una canción que tiene una de las líneas de bajo más claras y divertidas de estos primeros 90, tan llenos de gozo, de barbaridades musicales ya en forma de CD. ¿Trompetas? Es igual, el dominio del terreno “single” es absoluto. Sería absurdo ponerle pegas a una canción así. Siempre la adoré, cuando a muchos les parecía previsible empezar un programa de radio de pop 90’s con este tema. ¿Se os ocurre otro mejor?
Termina el rapero con su monserga y empezamos a hablar en serio, con esos dos golpes de caja y el riff de mandolina más famoso de la historia. Tema polémico este porque a la Iglesia (no sé identificar ahora mismo cuál) siempre le pican las cosas más absurdas, como otro gran tema de este, acaso el gran año de la música rock, pero en cualquier caso excepcional 1991, “Jesus Christ Pose” de Soundgarden. Un día es la Iglesia, al día siguiente la MTV. Desarrollo perfecto, una banda en su mejor momento, escribiendo la historia, grabando canciones de clara vocación comercial sin perder credibilidad, como esta joya que marcó mis primeras tardes de discoteca, las escapadas furtivas, los primeros besos con sabor a cigarrillo y a Martini, los primeros encierros serios con el hachís, los amores que rompimos antes de estrenar. “That was just a dream”. Y sí, ese soy yo en el rincón, perdiendo parte de la inocencia.
El 19 de febrero de 1991 aparecía en las radios de todo el mundo el sencillo “Losing my religion”. Recuerdo, Stipe sostiene que su carrera se divide en “antes de Losing My Religion y después de Losing My Religion”. Antes de esa canción, R.E.M. era una banda de culto de amplio seguimiento, “girando diez meses al año. Con respecto al éxito”, en palabras del propio Stipe, “aun se nos consideraba en una liga menor. Después, tuvimos hit singles, discos de platino, estábamos en todas las portadas de cualquier clase de revista, y, al menos durante un par de años, fuimos una de las bandas más grandes del mundo”. Pero Stipe no era de la clase de músicos que se autoengañan. “Todo lo cual es irrelevante”, afirma, “y cuando pienso en ‘Losing My Religion’, pienso sobre el proceso de composición y grabación, y fue como un sueño alcanzado sin esfuerzo. La música la escribimos en cinco minutos; la primera vez que la tocamos, todo encajó perfectamente”. La letra de Michael estaba terminada en una hora, y mientras tocaban la canción por tercera o cuarta vez, se encontraron con un encaje perfecto. Así, “Losing my religion” se convierte en una especie de arquetipo de canción que se encontraba flotando en el espacio y que ellos fueron capaces de echarle el lazo. “Si toda la escritura de canciones fuese tan fácil…”
En aquella época las radios ponían a todas horas “The show must go on” de Queen y “Should I Stay or Should I Go” de The Clash, una single que había sido relanzado (ya tenía casi una década de vida) aprovechando la salida de un recopilatorio y un anuncio de vaqueros. Y junto a Queen y The Clash, R.E.M. aparecían con una firmeza desconocida en ellos, acaparándolo todo, incluso la polémica. Como decía, el video de “Losing my religion” cabreó a la Iglesia Católica, por reflejar “dudas” en la letra de la canción y sus correspondientes imágenes. Pero no había nada mayor escándalo que el de los fans que se sintieron decepcionados al ver cómo R.E.M. trascendían su audiencia original de aficionados a las radios universitarias. Preguntado sobre si la nueva trascendencia adquirida podía alienar a sus fans más antiguos, Peter Buck le dijo a Rolling Stone que “la gente que cambió de idea por ‘Losing My Religion’ pueden simplemente besarme el culo”.
Nunca me gustó demasiado “Low”. Evidentemente, debido a mi falta de formación en música psicodélica y sin duda marcado por un inicio de disco tan accesible y melódico, hasta la “ruptura” del estribillo, si cabe llamarse así, ese arpegio y ese hammond y esa voz grave de Stipe narrando una de sus historias oníricas con el punto críptico tan característico de él, era una invitación a la mueca de disgusto para los neófitos. Aun me faltaba por descubrir muchas cosas de la música en general y de ellos en particular, pero aquel tema no era fácil. Lo escucho hoy y por lo menos lo entiendo, pero sin duda es una forma de romper un camino que llevaba camino de ser ¿empalagoso? Para mi, la palabra sería memorable, histórico, de obra maestra incontestable. Como canción, “Low” podrá ser muchas cosas, pero nunca incontestable. Es rara y difusa, y en el contexto de la banda funciona, pero en el contexto del disco no.
Pronto encontraba el gozo de nuevo con esa gema llamada “Near Wild Heaven”. El asunto, mi asunto con REM, era esa mezcla agridulce de su característico optimismo pop new wave y el tono melancólico de sus líneas vocales y de sus arpegios. El cielo se abre en sus estribillos, se me ocurren pocos grupos que tengan mejores coros en sus canciones, pero de pronto un nuevo verso te pone la nube negra encima, y lo más criminal del asunto es que la disfrutas como un puerco. Ese tono nasal, Stipe, ese tono nasal marcó nuestra vida, porque también eras capaz de darnos la alegría. Demonios, quién puede no pensar en series juveniles, en series con nombre de cinco cifras, cuando escucha esta canción o alguna otra. Sí, años después sabríamos que a las dulces y risueñas protagonistas de esas series se las había pasado por la piedra Don Vince Neil, y años después también sabríamos quién era Jeffrey Lee Pierce y algunos amigos se quedaron en el camino o incluso caminaron en el wild side, pero si has nacido en 1976 y te gusta “Out of time”, sabes quién cojones era Dylan McKey. O si no, te lo inventas.
El instrumental “Endgame” siempre me pareció fabuloso. A día de hoy, me parece una de las piezas más necesarias para comprender por qué este disco es una obra magna de su tiempo. Todo lo que incluye está dentro de mis parámetros de grandilocuencia, desde los coros (“parararara…”) a los arpegios de acústicas, el tono de música medieval, los instrumentos de viento y cuerda cabalgando libres por el bosque, y una nueva ruptura para repetir el pequeño punteo/arpegio de acústica, ahora con un cambio hacia un puente nuevamente celestial, con Stipe creciendo simplemente haciendo un gorgorito. Magistral. Sublime. Supongo que aquello no le gustaba a nadie pero menos mal que en poco tiempo llegaría el “Loaded” y el homónimo de la Velvet para hacerme comprender por qué gozaba tanto con canciones como esta. Extrañamente, tardaría años en tener y adorar “The Village Green Preservation Society” de los Kinks, pero años después, cuando lo miro todo en perspectiva, encaja, joder, encaja del todo. Cómo me gusta el pop.
¿Alguien ha dicho pop? En fin, “Shiny Happy People”. La MAESTRÍA. La CADENCIA. La CONSTRUCCIÓN PERFECTA. Estado de gracia. Encantado de conocerte Kate Pierson, no tenía el placer. Esta canción es un manual en sí misma. Un manual de cómo encajar partes (intro, versos, puentes, estribillos, pasajes instrumentales), de cómo hacer coros, de cómo tocar la guitarra eléctrica y hacer de un arpegio un riff que haga historia, un manual de cómo acelerar y bajar el ritmo… maravillosa. Sigue sonando a día de hoy, aun radiada hasta la saciedad, sobada hasta el vómito… da igual. Es GLORIOSA. Ante algo como esto, sólo se puede dar las gracias a los creadores, porque, demonios, esto es ARTE EN 3 MINUTOS.
Nuevamente, “Belong” era una tocada de pelotas para mí. El tono ochentero y new wave era lo que no entendía. A día de hoy, le cojo el punto antes, pero por mera acumulación de experiencias auditivas, no porque la considere a la altura de sus compañeras de disco, o siquiera a la altura de su propio legado. Simplemente, como canción “no explotada” de un disco sobreexpuesto, merece el parabién por su mera estructura, de versos hablados sobre un nuevo arpegio construido con sabiduría, un estribillo épico a base de coros y un bajo (como siempre en este grupo) sostenido sensacional. La canción ha ganado con el tiempo, claramente. Se ha ganado, quizás, un estatus nuevo, en el contexto de lo desconocido dentro de un disco demasiado conocido, aunque merecidamente famoso y vendedor. En un año de grandes bombazos, el disco sale a la venta el 12 de marzo de 1991 y a día de hoy, recordemos, ha vendido más de 15 millones de copias en todo el mundo, 4 millones en los USA. No está mal para una banda de pueblo universitario. Al poco de salir a la venta quedó claro que había trascendido los límites de ser un simple disco de rock alternativo, y aunque la banda declinó girar para promocionarlo, sí visitó estaciones de radio, dio numerosas entrevistas e hizo apariciones en la MTV para presentarlo.
“Half a world away”, en fin. Otra maravilla a base de acústica y mandolina, básicamente folk, un 3 por 4 bellísimo. Qué curioso escucharlo hoy y pensar que quizás haya tenido siempre esta canción en la cabeza para componer según qué cosas… pero no, no colaré más promoción en el texto, que se me ve el plumero. Preciosa, algo triste, magníficamente llevada con el mismo golpe de acústica todo el rato y sin embargo logrando crecer en el estribillo y alcanzar sin problemas esa épica típicamente R.E.M. que en Out of Time alcanza, a mi entender, su mayor momento de gloria. Esta canción es un monumento.
No se reinventaban como U2 con Achtung Baby, pero eran la banda de culto en todo el planeta, y en 1992 se llevaron el Grammy al Mejor Álbum de Música Alternativa por Out of time y al Mejor Single del Año por “Losing my religion”. Que no son dos gramos cualquiera.
“Texarkana” nos devolvía a los REM del 83, una canción que era puro Murmur, conservando intacto el vitalismo, el rodaje de canción de carretera y de pub, algo que a día de hoy no puedo comparar con ninguna otra banda. No, no se me ocurre ninguna otra banda de pop rock con esa capacidad de escribir una canción que funcione igual en un club, en un coche, para bailar, en un estadio… que guste igual a mujeres y hombres… no sé, hay muchas cosas de R.E.M. que me surgen re escuchando esta maravilla llamada Out of Time. Y una de ellas es el convencimiento de que estamos ante el grupo total, como los Beatles lo fueron en su día. Con una capacidad y un impulso fuera de lo común. Enérgicos, vitalistas, melancólicos, positivos, rotundos, épicos… aquí, “Texarkana” es sólo un ejemplo, quizás modesto, pero para mi brutal a nivel genérico, porque los define en un momento muy concreto donde las luces de la historia del rock les apuntaban directamente a los ojos.
“Country Feedback”, rural, parca, aparentemente mal ensamblada, desliza mil detalles desde una oscuridad que no había aparecido en todo el disco. Podría ser un descarte, nunca un single, pero a esa altura el disco ya no tenía tacha posible. Y más cuando abren el estribillo una vez más, repitiéndolo, con un solo de guitarra disonante por detrás de un lánguido Stipe, escupiendo barbaridades. Ese momento introspectivo de R.E.M. donde desnudan todas sus inseguridades y sus maldiciones está aquí, y en su segunda estrofa ya no puedes dejar de fijarte en cómo está fluyendo todo, desde una épica deformada, lacónica, difícil de asumir. Imperceptible percusión, bajo, acústica suelta, solo velvetiano, y un hammond de fondo. De manual. Cojonuda.
El disco acaba con “Me in Honey”, un tema de pop directo, recio, ligerísimamente psicodélico, que amenaza con no explotar gracias a una estrofa que es un hallazgo, otro más. Estribillo al servicio de la estrofa, repitiendo estructura, hasta el coro final de Kate Pierson, que nos trae a la mente todo lo bueno que han dejado atrás en los surcos de un álbum perfecto.
Termina un disco capaz de marcar vidas.
Menuda chapa. Lo siento. Hoy me han asaltado los recuerdos.
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