Tienen R.E.M. una peculiaridad en cuanto al tratamiento-resumen que recibe su discografía: tanto en tiempo presente como en retrospectivo ha sucedido que un puñadito de álbumes excelsos han acaparado etiquetas secundarias, hasta peyorativas, acaso por la comparación con la luz -y fama- emanante de los discos más indiscutibles.
En lo correspondiente a la primera etapa de la banda, el disco que porta esa etiqueta, el disco que aparece con un puntito menos de valoración, la hornada que en apariencia salió más dura o corta de levadura o sin el crujiente exigido, es Fables of the Reconstruction. Un título, por otra parte, la mar de sugerente. Si en tiempos se hablaba largo y tendido de la dificultad que para una banda de debut exitoso -y Murmur llenó la mochila de pesadísimo prestigio- suponía entrar a grabar el segundo álbum, habrá que convenir que en R.E.M. la dificultad se aplazó a la gestación del tercero. Si Reckoning había supuesto una reconocidísima confirmación y solidificación de lo confeccionado para el estreno, de cara al siguiente trabajo se imponía alguna variación. Cambiar claves, o añadir nuevas, con el riesgo de perder magnitud de fórmula. R.E.M. buscaron un nuevo productor, el folkie John Boyd y se largaron la bruma de Inglaterra para hacer Fables of the Reconstruction. La audacia como patente de estilo.

Hay una parte de la crítica musical que al autor le resulta inevitablemente especulativa y le sitúa en el terreno de los historiadores que acaban conjeturando. Es, claro, ese segmento que corresponde a discos publicados fuera de la contemporaneidad del crítico. Discos que no ha vivido en directo, discos que ha afrontado años después de que fuesen publicados. Y en esas estoy yo, referenciando un trabajo de 1985 pero que conocí a mediados de los noventa. Y bastante o mucho: tengo que decir en este punto que los discos que más escuché en esa década, los bulliciosos noventa, con sus tensiones y oscilaciones de pasado y futuro -parece que casi nadie concibió concentrarse en el presente, en hacer un sonido nineties- fueron los discos que R.E.M. sacaron varios años antes.

Estábamos en que Fables of the Reconstruction es una suerte de patito feo para la crítica, un Richard Witschge entre los otros extranjeros del Dream Team, un do menor entre las gemas e impecabilidad que constituyen la primera etapa de R.E.M., los años IRS, desde el debut histórico y pergamínico deMurmur hasta la magnificencia Document, el umbral de salida para entrar en la dominación del mundo, ése estatus en que la música se ramifica por todas las corrientes visibles, desde los hoteles a las guarderías a las bodas de clase media. El repelús del elitista, oigan.

He pensado que para evitar que el punto de partida necesariamente especulativo de esta crítica sea una mera fotocopia de cualquier referencia que puedan encontrar por ahí, y qué mejores que las de las críticas publicadas en su día, y qué mejor localización que un cuadro general de aquél 1985 musical (año dePsychocandy, The Head on the Door, Rain Dogs, New Day Rising), para evitar todo eso, digo, vamos a centrar la especulación en un oyente imaginario. Sí, el oyente que sin gran caudal de información se aventura por los surcos de estas fábulas, las fábulas de la reconstrucción. Un disco fabuloso por definición.

La pista de despegue es Feeling Gravity’s Pull, una canción totémica para la banda si atendemos a que en la histórica gira de 1989, la gira de Green, estaba firmemente anclada al repertorio. Presenta el paisaje Buck con una guitarra after-punk que introduce una oscuridad sin el poso melancólico-sixties deMurmur o Reckoning. Éste es un humor diferente, una geografía físico-existencial, la ley de la gravedad sobre el alma, la responsabilidad sobre el vuelo artístico, que tras los primeros fraseos cadenciales de Stipe, un Stipe en esa clave oscurilla de los primeros años, implosiona con el breve suspiro del no-estribillo, una rendija preciosista de estupendo contraste con la tónica seria de la canción. Casi callan los instrumentos para que recite que es ésta la tarea más dura que jamás tuvo. Asoma por el desarrollo algún arreglo de violín, que a nosotros nos sirve como premonición de tiempos muy ulteriores y en seguida enganchamos con Maps and Legends, épica historiográfica, otro de tantos hitos en el cancionero R.E.M., con estructura simple pero materiales densos, pared de sonido para una épica de fuerte raigambre historicista. El folk, en definitiva, llevado por R.E.M. a su terreno. El terreno R.E.M., que después de definir un sonido están en la aventura de evolucionarlo, buscar nuevos parámetros, en este caso antitéticos a cualquier tentación comercial: aquí no vamos a encontrar ningún Central Rain.
Driver 8, a continuación, queda probablemente como el tema predilecto, de entre esta colección, para la clientela. Aquí sobresale el riff eléctrico, presagio de la médula que tendrá Life’s Rich Pageant, con un Buck más contundente que principia aquí una sana versatilidad entre su impronta McGuinn y la contundencia que desarrollará en trabajos venideros. Folk, decíamos, pero con sufijo rock.
Life and How to Live it mete la vorágine, una estructura simple, con R.E.M. depurando el estilo, en la que la clave es la velocidad con el gallo de Stipe como meta. Listen.
En Old Man Kensey el tempo es desacelerado y una línea grave y post-punk de Mills es la antorcha de un recorrido sinuoso, con el propio Mills sombreando de coros las estrofas de un Stipe misterioso, evocador, de nuevo despreciando el estribillo.
Entre tanto tapiz de cierta solemnidad puede causar cierta sorpresa que a mitad de álbum surja un síncope funkoide entre Buck, Mills y Berry. Es Can’t Get Out of Here, punteada esa base por un breve arpegio de la psicodelia marca de la casa y un estribillo corto y buscando la complicidad del público.
Ese arpegio característico retorna a su condición de faro en Green Grow the Rushes, otra de las canciones célebres y quizás la más sixties de toda esta colección. Estos sí son los R.E.M. inconfundibles de los dos primeros álbumes.
Kohoutek, título que abunda en las referencias a los nativos, a la antropología de la cultura americana que propone R.E.M., a ése sello de identidad que desde el primer minuto les ha distanciado de las pautas urbanitas e industriales de las bandas que siguieron al punk, es para quien esto escribe una cima, una flecha que conquista en quince segundos de riff, órgano y un Stipe agudizando lo que descubriremos como estribillo. De nuevo el elemento deslumbrante, arrebatador, entre el rigor pergamínico que define al álbum.
Auctioneer (Another Engine) tiene a Berry martilleando un tema corto pero también revelador en cuanto al camino que seguirá la banda en los próximos álbumes, la parada de la locomotora y el esprint con Stipe pidiendo más sílabas por verso, la energía ya liberada en canciones de los primeros discos pero ya sin languidez ni romanticismo en el cantante . A continuación sobreviene Good Advice, donde la melodía es envoltura y grano, una noche azabache punteada por el millón de estrellas fugaces que R.E.M. están desenvolviendo con su discografía.
Para rematar, Wendell Gee se tira de cabeza al aroma de madreselva faulkneriana que sustanciará, siete años más tarde, Automatic for the People. Despacito, un corte sin pliegues con banjo y tarareo ajeno a cualquier suspicacia. El telón se cierra para que la banda entre, próximamente, en una etapa diferente, frenética, política y aún más colosal. Y uno se coloca en el sitio del oyente imaginario, que aborda esta colección por primera vez, y siente que tras las fábulas de la reconstrucción, su cuadro es otro y puede, estoy conjeturando, abrigar ya la sensibilidad de conocer otra perspectiva, las unos mapas y leyendas que nada tienen que ver con corsarios y caballeros artúricos. La de la construcción de una de las epopeyas más brillantes que ha dado el arte americano.

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